25 de diciembre de 2009

JORGE LUIS BORGES
Los laberintos de un maestro

Por Kintto Lucas
Julio de 1999



UNO
La memoria es como un laberinto donde las antiguas palabras convocan fantasmas que se parecen mucho a los recuerdos. Las palabras hacen la libertad de los escritores. Los escritores son los seres más libres de la tierra. Pueden inventar vidas, modificar historias, pueden matar sin castigo y sin culpa, amar y odiar sin penitencia o recompensa. Y si de escritores libres hablamos tenemos que nombrar a Jorge Luis Borges, que en agosto de 1999 estaría cumpliendo 100 años, para quien las palabras eran sólo un puente hacia la metáfora.

Metáforas, muchas metáforas, podríamos decir que Borges fue el hombre de las metáforas. Pero la metáfora ya no sólo como un recurso del lenguaje, sino como un recurso de la vida. Cada metáfora borgeana nos acerca una visión distinta de la existencia o la inexistencia. Y en esas metáforas, además de desentrañar los fragmentos semiocultos de la vida, como todo lírico, Borges también se canta a sí mismo. Y al cantarse a sí mismo no se queda en los viejos temas de amor, muerte, dolor, soledad, naturaleza, felicidad, historia, su ciudad, sino que incluye en su temario las preocupaciones metafísicas: el tiempo, el sentido del universo, la personalidad del hombre. Entonces, Borges al cantarse a sí mismo se interroga sobre la existencia y se contesta: "lo mejor de la vida es su carácter efímero". Tal vez en esa contestación nos está diciendo porque el tiempo de sus conflictos siempre es el presente o mejor dicho, para Borges el futuro no existe es solo una sombra del presente. Entonces para Borges la creación y la vida y las interrogantes solo pueden tener el ahora como escenario. Y para mantenerse atado a ese ahora cultiva como ningún escritor el género del diálogo.

DOS
Aún antes de la ceguera que lo obligara a la literatura oral. Sus amigos recuerdan largas caminatas en las que el autor de Ficciones atravesaba Buenos Aires animado por la energía de conversar. En 1986, que en la biografía de Borges corresponde a su muerte jurídica, Osvaldo Ferreri reunió un excepcional Libro de diálogos con el inmortal escritor.

En el prólogo, afirma Borges: "Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Acaso los ayudó su mitología, que era un conjunto de fábulas imprecisas y de cosmologías variables. Esas primeras conjeturas fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy, no sin pompa, la metafísica. Sin esos pocos griegos conversadores la cultura occidental es inconcebible."

Así describía Borges su sentimiento por la conversación, y si nos vamos miles de años más atrás, veremos que el hombre confió en su oídos antes que en sus ojos. El hombre auscultando los vientos y el sonido de la tormenta. El hombre mirando un mundo indescifrable donde las cosas no tenían nombre y descubriendo de pronto el primer signo gráfico, el primer mensaje escrito o dibujado sobre una piedra. El hombre ajustando ese signo a una ley: el primer lenguaje. Entonces comenzó, dicen, la primera alienación del hombre: tuvo que elaborar los conceptos, el contenido de las palabras. El árbol fue ese dibujo, el agua ese sonido, el viento un trazo furioso sobre la piedra. El hombre cambió el oído por el ojo. Cambió el mágico mundo acústico por ese otro objetivo y más perfecto del ojo, pero ya no era libre.

TRES
Luego, preso del contenido de las palabras decidió modificarlo, cada vez que no se adaptaba a sus intereses hasta llegar a un presente en el que la confusión se apoderó del significado de los decires. Tal vez por eso, Borges entendió mucho antes de quedar ciego que para descifrar la palabra escrita antes había que descifrar los sonidos, los gestos, los mundos que se esconden atrás de cada decir. Y conociendo esos mundos se podía comenzar a reinventar la palabra, a reinventar el lenguaje. Pero es al perder la vista del todo cuando tiene que dictar, y al hacerlo, sus cuentos se dejan penetrar mucho más por los esquemas de la lengua oral y del diálogo.

Allí Borges al liberarse totalmente de la palabra escrita, comienza a construir su propia libertad, que al fin de cuentas es parte de su propio escepticismo. Borges, en el fondo, es un escéptico, pertenece a ese grupo de escritores que en todos los tiempos, descreyeron del orden establecido y se quedaron a la intemperie. El mundo, para él es un absurdo, un caos, y dentro de ese caos el hombre está perdido como en un laberinto. Solo que el hombre, a su vez es capaz de construir laberintos propios. Laberintos mentales, con hipótesis que intentan explicar el misterio del laberinto anterior. Entonces, podríamos decir que Borges es un laberinto.

Si seguimos su esquema de análisis según el cual una persona es todas las personas, Borges es todos los hombres. Sin embargo, Borges no es todos los hombres, por eso, siempre estamos recordando su maestría.

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