23 de diciembre de 2009

ENZO FRANCESCOLI
Un "troesma" a la uruguaya

Por Kintto Lucas

Noviembre de 1997


UNO
Buenos Aires, 1985. El hombre regresa a Uruguay desde el exilio. En el aeropuerto de Ezeiza coge un taxi para ir a la terminal donde tomará el bus que lo llevará a Montevideo. Después de ocho años fuera, solo ansía llegar a su país, así que ni prestas atención a las calles porteñas. El taxista, trata de entrar en conversación: "¿Uruguayo? ¿Debe conocer al príncipe?". El hombre se sorprende un poco pero finge que sabe de quien está hablando, y le contesta sin mucha convicción: "¡Claro!, está bien". "No va a estar -retruca el tachero-. Es el que sacó a River campeón. Acá queremos mucho a ese muchacho".

Cuando surgió en las inferiores de Wanderers parecía que hacía magia con la pelota. Era como si la llevara atada a los botines. Ella le obedecía, lo quería, como si fuera una pasión de toda la vida. De repente se sacaba a tres de encima y se la daba al centrofobal como diciéndole tomá hacelo. De repente miraba hacia la derecha y metía un pase de treinta metros hacia la izquierda como burlándose del destino. De repente devolvía una pared de taquito... De repente hablaba con la guinda...

DOS
En la selección juvenil la rompió tanto que los cartolas del River cruzaron el charco y se lo llevaron a la otra orilla. Andaba por los veinte y maravilló a los porteños, los volvió locos, y le dieron título de noble, como a ellos les gusta: El Príncipe le pusieron. Pero el sigue siendo el mismo... En la cancha, sus pies son como dos pájaros caminando por las estrella, por la nubes... creando la vida.

Bailan los pájaros en esos estadios perdidos y encontrados de la Argentina, se hacen amigos de todos y regalan pinturas a la gente. En las tribunas, los hinchas lloran, ríen, vibran y son como un espejo de su memoria. El los mira y mira la vida del barrio, que es como meterse en todo el sentir del Río de la Plata. En todo ese mundo de botijas corriendo tras una pelota de trapo, de gurises que aprendieron a flor de buche el trino de la calle, de campitos abiertos al amanecer. En la vida, se juega por la familia, por los amigos, por la justicia, y en un rincón de su corazón lleva la gente de ese paisito escondido en una esquina de La América, nublado por tantos años de mal tiempo, o sea de uniformes...

En este verano de Buenos Aires, el taxista habla con toda la admiración, y el hombre que regresa a su país escucha con toda la curiosidad. Ninguno imagina el futuro.

TRES
Como no podía ser de otra manera, lo reclaman de las "Uropas", del país francés los mandan a buscar. Y él se va, y les enseña el idioma necesario para conversar con la redonda, ese decir que no es yorugua, ni porteño, ni inglish, ni gallego ni franchute... les enseña la magia. Y ahí está dos veces en la final de la Copa de Europa, pero no sale campeón. Y cada vez que vuelve a jugar con la celeste es como si volviera al amor del barrio, como si volviera al barrio. Se hace dueño de América dos veces. Se va a dos mundiales pero las cosas no le salen bien. Se va a la Italia de los dólares y los dolores de cabeza, al Cagliari, al Torino, siempre con la misma calidad. Vuelve a la selección, pero el que le dicen técnico no se lleva con los muchachos que andan por las italias.

Algunos periodistas les dicen italianos, entonces él se embronca: "A nadie le gusta que le digan italiano habiendo tenido que irse de su país para mejorar su situación económica y la de su familia, como ocurrió con tantos exiliados uruguayos que andan por el mundo". Y a pesar de todo se juega entero, pero las cosas terminan como empezaron y Uruguay queda fuera del mundial del país del norte.

CUATRO
Se regresa a Italia pero ya anda sin ganas de quedarse por esas tierras. Así que se vuelve a River. Y vuelve a romperla, vuelve a ser el mago de canchas argentinas... Y los nuevos mandamás (¿o mandamenos?) del fútbol uruguayo deciden tratar a la celeste de mejor manera, deciden cuidarla un poco más, deciden preocuparse por los jugadores. Y él se une a la pelea, y se hace genio de La América, campeonando con un brazo roto, dando color a un pueblo que vive de gris.

Pero faltaba la Libertadores, y luego de mucho caminar llega con su River a la final de 1996. Pero faltaba ganarla, y luego de mucho pelear vuelve a ser campeón. Y cuando termina el partido hay mil mundos que salen de cada rinconcito del Monumental de Nuñez, que gritan su nombre, que le agradecen. Pero el sigue siendo igual: como cuando jugaba en Wanderers, como cuando llegó por primera vez a tierras argentinas, como todas las veces que se vistió de celeste, como cuando andaba por el Viejo Continente, como en los mundiales que anduvo mal o quedó afuera, como cuando quiso que juzgaran a los violadores de los derechos humanos de Uruguay, como cuando apoyó a Maradona criticando sus errores, como cuando se juega por lo jugadores más débiles, como siempre, con la misma humildad.

Ahora, después de un 1997 en el que ganó Súper Copa y campeonatos argentinos para despedirse, el troesma Enzo Francescoli, que no es Príncipe ni tiene nada que ver con la cultura de la nobleza, decidió colgar los botines. Después la vida dirá.

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* Este texto pertenece al libro Apuntes sobre fútbol, de Kintto Lucas, Editorial Abya Yala, Quito 1998.

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