25 de diciembre de 2009

GILBERTO GIL
La embriaguez del alma

Por Kintto Lucas
Octubre de 1988




El Pelourinho -Ciudad Vieja de Salvador- atrapa con sus construcciones del siglo XVI. Todo está aquí: el folclore, los talleres de artesanía, las iglesias, los grupos de capoeira, la humildad y la magia de los bahianos que parecen haber saltado de los libros de Jorge Amado. A una cuadra de donde se filmó Doña Flor y sus dos maridos, nos encontramos con Gilberto Gil, mito viviente de la música brasileña, ex secretario de cultura municipal y concejal. En sus shows logra una relación casi mágica con el público y algunos de sus discos han vendido más de dos millones de copias. Algo de comunicación sabe.

A mediados de los años 60 surge en Brasil el Movimiento Tropicalista que lo tuvo como uno de sus abanderados. Era algo nuevo en la música brasileña. "El tropicalismo fue un impulso -dice Gil-, que dio espacio a nuevos talentos y demandas de jóvenes artistas e intelectuales que buscaban un lugar para desarrollar sus ideas, sentimientos y reflexiones. Buscaban un lugar para comunicarse. Provocó discusiones con respecto a la cultura brasileña, colocando en jaque una visión conservadora, clásica, con espacios absolutos. Buscó comunicar más a los diferentes sectores, queriendo armonizar esa interacción entre los varios contextos culturales, existentes en el país".

Eran épocas de grandes luchas sociales. Tal vez por eso fue imposible evitar que el movimiento musical se transformara en un movimiento político... "Todos los movimientos culturales son políticos -comenta. El tropicalismo tuvo más connotaciones porque surge en un momento que se había instalado un gobierno autoritario, con grandes restricciones al ejercicio de la libertad y una visión centralizadora de los sentimientos estéticos y cívicos. En esa coyuntura, un movimiento que abría espacios democráticos, se tornaba aún más político".

Cuando regresó del exilio sus creaciones se habían nutrido de otros ritmos, adquiriendo un carácter más universal. Muchos dijeron que era un tipo de penetración cultural. "Es como todas las interacciones que se dan entre los pueblos -dice el cantautor. En ellas existen dos, uno que trae y otro que lleva. Esto implica ventajas y desventajas, pero en general el intercambio existe y la música termina enriqueciéndose.

Recuerdo una presentación de Gil junto al cantante jamaiquino Jimmy Cliff, en el Maracanazinho de Río. Se dio una comunicación entre el público y ellos pocas veces vista. Como una energía que contagiaba. Se lo comento y el me dice: "A través de la música uno da la posibilidad de júbilo, de encuentro, de energía que se pone en movimiento aglutinador con relación a las cabezas y los corazones. Eso es propio del arte. Yo trabajo mucho la escenografía y muevo los plasmas más sutiles del ritmo que son el sonido y la música. Ellos van hacia uno de los sentidos más afinados que es la audición. El sonido da el sentido de esencialidad. En el comienzo todo era sonido".

Le digo que hay mucho de magia en su comunicación con el público y el mueve la cabeza asintiendo. Luego responde: "Sin duda. El arte trabaja con la fragancia de lo real. Es como un perfume: el público se lo coloca y se siente atrapado por él. Y el artista es un mago, un hechicero que sustituye al shamán de las tribus y por eso es consagrado. Yo llego delante del público y estoy autorizado a pugnar por la elasticidad de sus almas y sus mentes. Cuanto más capaz sea el arte de mover la embriaguez del alma, más fácilmente se subirán las personas a él. Por eso mi comunicación, tiene que tener la posibilidad inconsciente de hacer que el mundo levite. Y el atributo religioso me ayuda a levantar al mundo. La gente, sin saberlo, se eleva, ríe, llora... El arte le penetra en el inconsciente. Entrar a un cine y sentarse para ver un film es un ritual religioso también, como los shows, irse al teatro, o leerse un libro".

Pero cuál es la diferencia entre el hecho de componer una canción y el de comunicarse con la gente? "Son dos cosas diferentes -dice Gil. En la comunicación soy una cosa y en la creación otra. Cuando canto en un espectáculo estoy en la fase terminal de la comunicación, y tengo todo encarnado en las personas. Ya no son mis oídos escuchándome como en el acto solitario de la creación. Ya no soy yo haciendo que una parte de mi substituya al público. Cuando estoy en el escenario vibro. No es el público que canta con mi poesía, soy yo quien canta con él; no es el público que baila conmigo, yo bailo con él. Encaro la divinidad y busco transferírsela al público. Yo me transformo así, en uno de los mediadores entre el cielo y la tierra. Pero también, a la vez soy uno más entre la gente. Como la relación del brujo con su tribu. La música es parte de ese misterio que es comunicarse".

¿Y cómo utiliza Gilberto Gil ese misterio en la política? "La comunicación que se hace con el arte es diferente de la que se hace en la política -señala el cantautor brasileño. El arte sacraliza y la política desacraliza. Las personas que le hablan al concejal, se relacionan con él como un realizador del mundo material. Para ellos no es el mediador entre el cielo y la tierra de los shows. Igual es muy difícil separar el concejal del músico".

En una de sus creaciones Gilberto Gil afirma que el gobernador promete pero el sistema dice no. Parece una contradicción que se haya dedicado a la política, sin embargo el señala: "No es una contradicción, es difícil. Aunque lo económico determine lo social, es necesario ir construyendo la nación que queremos, ir buscando soluciones a los problemas sociales. Hay que dar instrumentos pedagógicos en el sentido de despertar una conciencia de participación civil comunitaria. Es preciso que los políticos hablen menos y hagan más. Creo en la participación de la gente y hay que abrir espacio para que se desarrolle, por eso hablo de instrumentos pedagógicos de organización social. El sistema va a continuar diciendo no, pero hay que luchar para que cada vez diga menos no.

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